COMO CUIDAR LA SALUD MENTAL
- Mercedes Romero
- 4 may 2021
- 11 Min. de lectura
Actualizado: 27 jul 2021
Las desigualdades entre hombres y mujeres han existido desde tiempos inmemorables pero en la actualidad esta brecha se ha incrementado de sobremanera.

La salud mental de las personas es frágil y muchas veces resulta difícil tener un estado de bienestar físico, mental y social como el poder trabajar de forma productiva y fructífera. La salud mental y el bienestar son fundamentales para nuestra capacidad colectiva e individual de manifestar sentimientos, interactuar con los demás, ganar sustento y disfrutar de la vida. Por estas razones, se debe considerar que la promoción, protección y restablecimiento de la salud mental son preocupaciones vitales de las personas, las comunidades y las sociedades.
Según la OMS - Organización Mundial de la Salud, las mujeres tienen padecimientos o trastornos de salud mental en un porcentaje mayor que los hombres (70% frente a 30%).
Esta disparidad se presenta en diversas oportunidades y la razón determinante es el sistema patriarcal y sus modos de organización, opresivos, discriminatorios, subordinados y en el mayor de los casos, violentos.
El 20 de Octubre de 2010 se sancionó en Córdoba la Ley de Servicios y Sistemas de Salud Mental (9848) que introduce una reparación histórica para las personas que padecen sufrimientos psíquicos o enfermedades mentales. La decisión de otorgar un plazo de tres años para la eliminación de los manicomios y la prohibición de crear nuevas instituciones manicomiales permitirían dar perspectiva de modificación estructural a un sistema sanitario totalmente obsoleto en el campo de la salud mental. La Córdoba sin manicomios que propone esta ley nos inscribe en el contexto regional y mundial de la atención a las personas con sufrimientos psíquicos y enfermedades mentales; libera recursos necesarios para abordar los nuevos y no clasificados modos del sufrimiento mental en los mundos contemporáneos y repara una injusticia social largamente señalada por diferentes organizaciones sociales, políticas y académicas. Se trata de un desafío, no solamente para técnicos y profesionales del sector sino para toda la sociedad en su conjunto, que esta ley sea llevada a su plena aplicación y permanente actualización.
Irene Meler, doctora en psicología y psicoanalista, en su artículo Género y salud mental sostiene que “los criterios de salud mental son ideológicos, en tanto lo que es considerado saludable o patológico se vincula con los usos, costumbres y valores característicos de cada cultura”. Define a su vez, que “los criterios aceptados como saludables para las mujeres, que consistían en una subjetivación acorde con la feminidad tradicional, resultaban insalubres para la práctica”.
Los factores sociales y culturales tienen un papel fundamental en el desarrollo y mantenimiento de la enfermedad mental, y se manifiesta de manera diferente en hombres y mujeres en función de los roles que cada uno se ve obligado a desempeñar en distintas sociedades. Es decir, el medio socio cultural delimita el proceso salud - enfermedad, lo que se espera y lo que no, y marca para la subjetividad lo que “debe hacer” una mujer para ser considerada como tal. Vease ser buena madre, esposa, ama de casa y trabajadora; y qué actitudes no tomar para no ser considerada como “loca”, ya sea, no mostrarse agresiva, irritable, intolerante ni poco afectiva.
Susana Gamba en su artículo ¿Qué es la perspectiva de género y los estudios de género? define al género, como una de las contribuciones teóricas más significativas del feminismo contemporáneo. Esta categoría surgió para explicar las desigualdades entre hombres y mujeres, poniendo el énfasis en la noción de multiplicidad de identidades. Lo femenino y lo masculino se conforman a partir de una relación mutua, cultural e histórica.
El género es una categoría transdisciplinaria, está en todos lados, y desarrolla un enfoque globalizador remitiendo a los rasgos y funciones psicológicos y socioculturales que se le atribuye a cada uno de los sexos en cada momento histórico y en cada sociedad. Las elaboraciones históricas de los géneros son sistemas de poder, con un discurso hegemónico (“el hombre es mejor que la mujer”) y pueden dar cuenta de la existencia de los conflictos sociales.
La problematización de las relaciones de género logró romper con la idea del carácter natural de las mismas. Lo femenino o lo masculino no refiere al sexo de los individuos, sino a las conductas consideradas femeninas o masculinas. En este contexto, la categoría de género puede entenderse como una explicación acerca de las formas que adquieren las relaciones entre los géneros, que algunos consideran como una alternativa superadora de otras matrices explicativas, como la teoría del patriarcado.
Ana María Fernández establece en el texto La mujer de la ilusión que la desigualdad y discriminación conforman un particular circuito de realimentación mutua. En el plano político, esto se realiza a través de la producción social de los diferente tipos de consenso que legitiman la desigualdad y las prácticas discriminatorias.
En lo que a desigualdades de género respecta, pueden señalarse dos maneras de naturalizar la discriminación. Por un lado, es natural que las mujeres ocupen un lugar subordinado ya que son objetivamente inferiores, y por otra parte, que hoy ya no existe la discriminación.
El atravesamiento de clase y género no es lineal. Pertenecer a los sectores sociales de mayor poder en la sociedad no pone a las mujeres en una mejor situación de género.
Marta Lamas, antropóloga, explica qué el término género sólo comienza a circular en las ciencias sociales y en el discurso feminista con un significado propio y como una acepción específica (distinta de la caracterización tradicional del vocablo que hacía referencia a tipo o especie) a partir de los años setenta. No obstante, sólo a fines de los ochenta y comienzos de los noventa el concepto adquiere consistencia y comienza a tener impacto en América Latina. A partir de esto intelectuales feministas logran instalar en las políticas públicas la denominada "perspectiva de género".
La perspectiva de género opta por una concepción epistemológica que se aproxima a la realidad desde las miradas de los géneros y sus relaciones de poder. Sostiene que la cuestión de los géneros no es un tema a agregar como si se tratara de un capítulo más en la historia de la cultura, sino que las relaciones de desigualdad entre los géneros tienen sus efectos de producción y reproducción de la discriminación, adquiriendo expresiones concretas en todos
los ámbitos de la cultura: el trabajo, la familia, la política, las organizaciones, el arte, las empresas, la salud, la ciencia, la sexualidad, la historia. La mirada de género no está supeditada a que la adopten las mujeres ni está dirigida exclusivamente a ellas. Tratándose de una cuestión de concepción del mundo y de la vida, lo único definitorio es la comprensión de la problemática que abarca y su compromiso vital.
La perspectiva de género debe reconocer las relaciones de poder que se dan entre los géneros, favoreciendo a los varones y discriminando a las mujeres; y que esas relaciones atraviesan todo el entramado social articulándose con otras relaciones sociales, como las de clase, etnia, edad, preferencia sexual y religión.
Es una construcción social e histórica ya que varía de una sociedad y época a otra, como a su vez es una relación social y de poder. Es asimétrica ya que si bien pueden variar las posibilidades, la mayoría de las veces estas relaciones se configuran en dominación masculina y subordinación femenina.
La perspectiva de género es abarcativa, incluyendo relaciones entre los sexos como procesos que están presentes en una sociedad tales como instituciones, identidades, sistemas económicos y políticos, como a su vez es transversal en cuanto a edad, educación, etnia, entre otros. Es una propuesta de inclusión en tanto incluyan cambios en las mujeres y también en los varones como una búsqueda de equidad que sólo será posible si las mujeres conquistan el ejercicio del poder en su sentido más amplio, al poder crear, poder saber, poder dirigir, etc.
La antropología se ha interesado desde siempre en cómo la cultura expresa las diferencias entre varones y mujeres. Cada cultura manifiesta esta diferencia de manera distinta, los papeles sexuales, supuestamente debido a una originaria división del trabajo basada en la diferencia biológica que ha sido descrita etnográficamente. Estos papeles que marcan la dispar participación de los hombres y las mujeres en las instituciones sociales, económicas, políticas y religiosas incluyen las actitudes y valores que una sociedad conceptualiza como femeninos y masculinos.
Tras años de debate frente a la naturaleza - cultura y sus diferencias o relaciones, el nuevo feminismo realizó una nueva pregunta, ¿por qué la diferencia sexual implica desigualdad social? Las sociedades tienden a pensar sus divisiones internas mediante el esquema conceptual que separa la naturaleza de la cultura y se constituyen en categorías que no significan si no es por su opuesto, es decir, pensar lo femenino sin la existencia de lo masculino no es posible. Si bien la diferencia entre varón y mujer es evidente, que a las mujeres se les adjudique mayor cercanía con la naturaleza es un hecho cultural.
Cuando una mujer se quiere salir de la esfera de lo natural, o sea, no querer ser madre ni ocuparse del hogar, se la clasifica de antinatural. Mientras que por otro lado, para los hombres, lo “natural” es rebasar el estado natural.
Si la diferencia biológica, cualquiera que esta sea, se interpreta culturalmente como una diferencia sustantiva que marcará el destino de las personas, con una moral diferenciada para unos y para otros, existe un problema político que subyace toda la discusión académica sobre las diferencias entre hombres y mujeres.
Estas nuevas feministas, al reflexionar sobre el origen de la opresión femenina, analizaron la relación entre capitalismo y dominación patriarcal, descartando la supuesta “naturalidad” de ciertos aspectos de la subordinación de las mujeres.
El origen biológico de algunas diferencias entre hombres y mujeres no refleja que existan comportamientos o características de personalidad exclusivas de un sexo, ya que ambos comparten rasgos y conductas humanas. En muchas partes se suele valorar la fuerza sobre la debilidad y se considera que los varones son los fuertes y las mujeres las débiles.
La organización social del prestigio es el aspecto que afecta más directamente a las nociones culturales de género y sexualidad. Hay transacciones dinámicas entre los aspectos económicos e ideológicos en una sociedad articulada por estos sistemas de prestigio. Estos son parte del orden político, económico y social. Un sistema de género es, primero que nada, un sistema de prestigio.
Tomando como referencia a Ana Quiroga en su artículo “Subjetividad y Procesos Sociales” menciona que en un estudio realizado por la OMS, la pobreza incrementada se ha convertido en el problema principal de salud mental en el mundo, a la vez que señala la falta de proyecto y perspectiva como la fundamental causa de la patología mental, creciendo la proporción de cuadros depresivo, en especial en los países que son “vías de desarrollo”.
Según la última Encuesta Permanente de Hogares realizada por el INDEC - Instituto Nacional de Estadísticas y Censos de la República Argentina, la tasa de desocupación en Argentina es de 10,6%. De la población mayor de 14 años que se encuentra desocupada, el 11,2% son mujeres, mientras que el 10,2% son varones. La diferencia de género en el mercado laboral se ve reflejada, también, en la tasa de empleo: el 56,1% corresponde a los varones, y el 43,9% a las mujeres. Así, por un lado, está la brecha salarial entre hombre y mujeres (27% en el empleo formal y 37% en el informal), pero también una tasa de desempleo más alta (en un contexto de incremento del desempleo en el país) y mayor informalidad laboral.
Aquí podemos mencionar una gran diferencia entre hombres y mujeres, y resulta inevitable resaltar la marcada feminización dentro de la pobreza. Es decir, el hecho de que la pobreza afecta, con más frecuencia, a las mujeres. Sin embargo, esta feminización no se encuentra reflejada en las mediciones convencionales. Incluso cuando se producen cuantificaciones de la misma, la feminización de la pobreza no introduce un elemento fundamental para explicar dicha feminización a saber, la posición de la mujer en la estructura social y su vulnerabilidad estructural, es decir, la perspectiva de género. Como efectos de la recesión y los recortes en el gasto público, las mujeres están cada vez más representadas entre los pobres del mundo.
A la poca disponibilidad de datos sobre pobreza desagregados por sexo y de los estudios longitudinales periódicos, se suma la identificación de la jefatura femenina del hogar, no sólo como vulnerable en sí misma, sino como sinónimo asimilable a "todas" las mujeres y no prestando atención a otras variables en juego (como, por ejemplo, la edad o la presencia de niños pequeños), que efectivamente tienen gran influencia tanto a partir de la extensión de la expectativa de vida como de las brechas entre mujeres y varones jóvenes en la vida laboral. Esto redunda en una falta de atención a las diferencias entre las mujeres y la diversidad de condiciones de vida en las que puedan encontrarse.
Esta concentración en los hogares encabezados por mujeres, como un modo de analizar la feminización de la pobreza, puede mostrar como situaciones de victimización y de carencia, elecciones que en los términos de las condiciones de vida de esas mujeres pueden ser positivas. Las características de los hogares encabezados por mujeres y las situaciones que llevaron a ese resultado son heterogéneas y complejas.
Cuando se habla de feminización de la pobreza, las realidades que se contemplan son la de las mujeres que no pueden tomar trabajos de tiempo completo por tener que hacerse cargo de las tareas del hogar; la de las jóvenes que no consiguen empleo en este mercado laboral que pide títulos y muchos años de experiencia a edades tempranas. La realidad de todas aquellas que no pueden acceder a trabajos regularizados; la de las trabajadoras de casas particulares; la de trabajadoras sexuales que no son reconocidas siquiera como trabajadoras. La de lxs trans y travestis, a quienes todavía se les sigue excluyendo por su identidad en la mayoría de los espacios, como el educativo y el laboral, y muchas veces solo tienen la opción de dedicarse a la prostitución.
El “Monitoreo de Condiciones de Vida - MCV” realizado por la Dirección General de Estadística y Censos reveló las condiciones materiales de vida de las personas en los hogares del Gran Córdoba y conocer el impacto de los planes no monetarios del Gobierno de la Provincia de Córdoba en los hogares pobres e indigentes. Los resultados dan cuenta que los planes no monetarios relevados en la encuesta lograron sacar de la condición de indigencia a 38.000 personas y de la pobreza a 25.000 personas. Asimismo, se observó que el 93% de las personas en condición de indigencia y el 89% de las personas en situación de pobreza residen en hogares beneficiarios de al menos uno de los planes no monetarios relevados. En el primer semestre del 2019 se observa un crecimiento de la pobreza y de la indigencia explicado principalmente por el efecto de la inflación en la economía doméstica y, en segundo lugar, por mermas de ingresos en los hogares. Este contexto generó el ingreso a la pobreza a nuevos hogares y el deterioro de la situación económica de aquellos que ya se encontraban en esa situación. Considerando los ingresos monetarios, el porcentaje de pobreza se ubicó en 37,0% (612.000 personas, incluyendo a la población indigente).
Según un estudio realizado por el Instituto de Investigaciones Económicas (IIE) de la Bolsa de Comercio de Córdoba realizado durante el tercer trimestre del 2019, en el Gran Córdoba, la mujer asalariada gana 18% menos que el hombre. Las mujeres registraron una tasa de actividad de 53,2 por ciento, cuando en los varones llegó a 72,3 por ciento. En este marco, el desempleo femenino llegó a 11,2 por ciento contra el 7,3 por ciento en los hombres.
Un problema que se debe destacar es que mientras los hombres asalariados trabajan más de 42 horas por semana, las mujeres le dedican en promedio 11 horas menos. Esto es así, debido a que el trabajo del hogar suele recaer en estas últimas, y eso deriva en menos horas de trabajo disponible en el mercado laboral. El IIE sugiere que las políticas para disminuir el desempleo deben comenzar por lograr que la mujer pueda obtener un trabajo formal.
En un estudio realizado por el Instituto para el Desarrollo Social Argentino - IDESA, en los hogares con mujeres adultas de baja educación que no trabajan ni reciben ninguna pensión asistencial, la pobreza es del 50%. En aquellas que no trabajan pero tienen alguna pensión, baja a 36% y en casos que tienen baja educación y trabajan, la pobreza se reduce a 28%. Además, entre las mujeres de baja educación el 80% del empleo es como asalariadas no registradas, cuentapropistas informales y servicio doméstico. Apenas el 20 por ciento consigue un empleo asalariado registrado.
En conclusión, pienso que la salud mental es algo fundamental que las personas tienen que cuidar y proteger ya que al no estar bien mental y emocionalmente, no se pueden disfrutar otros aspectos de la vida. No debe ser tomada como algo sin importancia, y tampoco hay que sentir que uno está “loco” por necesitar ayuda profesional. Es primordial poder visibilizar y remediar la brecha establecida de género en salud mental y pobreza.
Hay que reconocer el valor de las contribuciones que realizan y pueden realizar las personas con discapacidad mental al bienestar general, y que la promoción del pleno goce de los derechos humanos tendrá como resultado un mayor sentido de pertenencia como avances significativos en el desarrollo económico, social y humano de la sociedad y en la erradicación de la pobreza. Destacando el hecho de que la mayoría de las personas con discapacidad mental viven en condiciones de pobreza y reconociendo la necesidad fundamental de mitigar los efectos negativos de la pobreza en las personas con discapacidad mental.
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